Los trenes siempre han sido una pasión: desde el principio, durante la Revolución Industrial, el tren fue uno de los inventos que cambiaron por completo el estilo de vida. A partir de entonces, fue posible viajar más rápido, gracias a la energía producida por el carbón en las primeras locomotoras de vapor.
En Francia, la primera línea de pasajeros se inauguró en 1837. Más tarde, las compañías ferroviarias estarían especialmente ocupadas durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), cuando los trenes se utilizaron para transportar municiones, alimentos y otros suministros esenciales para la lucha y la supervivencia de los soldados en el frente. El 1 de enero de 1938 se creó la Société Nationale du Chemin de Fer (SNCF), que fusionó las cinco compañías ferroviarias francesas y creó una red nacional de más de 42.000 kilómetros. Más tarde, tras la Segunda Guerra Mundial, llegó la hora de la velocidad: fue entonces cuando vieron la luz los primeros trenes de alta velocidad (TGV).
Desde entonces, el tren forma parte de nuestra vida cotidiana, y más aún en la región de Île-de-France, donde la red de transporte público cubre todo el país en tren. Así, los aficionados han renovado o creado de la nada ferrocarriles en los que se puede montar en locomotoras históricas, museos dedicados a los trenes de juguete y otros dedicados al ferrocarril... Por insólito e inesperado que pueda parecer, París y la región de Île-de-France están repletas de lugares de inmenso valor, direcciones de pepitas de oro donde conocer a entusiastas de los grandes y pequeños trenes y, sobre todo, disfrutar de grandes experiencias.