La Roseraie de Provins, un jardín encantado en la región parisina

Hay días como éste en los que sólo apetece escaparse una tarde o un día para recargar las pilas. Y no necesariamente hay que irse a la otra punta del mundo para disfrutar de un hermoso remanso de paz. En la región parisina hay muchos lugares mágicos donde el tiempo parece haberse detenido. Tal es el caso de la Roseraie de Provins.

Provins es una ciudad medieval congelada en el tiempo que bien merece una visita por muchas razones. Patrimonio Mundial de la UNESCO, esta ciudad de Seine-et-Marne atrae a visitantes deseosos de descubrir su entorno único y sus actividades.

Un paseo por las murallas, un espectáculo de cetrería o de caballería, una visita a los misteriosos pasadizos subterráneos, un recorrido por los monumentos que datan de la Edad Media o la oportunidad de conocer a artesanos con oficios ancestrales: hay muchas razones para descubrir esta bella ciudad con un patrimonio extraordinariamente bien conservado.

Y entre todos estos tesoros, la Roseraie de Provins merece una visita por derecho propio. Clasificado como Jardín Notable, descubrirá no menos de 450 variedades de rosas en un bucólico remolino de colores a veces sorprendentes, el más emblemático de los cuales sigue siendo la famosa rosa de Provins. Nada más entrar, por la sala de té-boutique, se le advierte: "No dude en pisar la hierba para acercarse a las flores".

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Este consejo se cumple con entusiasmo: a la vista de esta hierba fresca y visiblemente suave, es imposible resistirse a caminar descalzo por ella y sentarse. Pero las hermosas rosas pronto roban el espectáculo: brotando del suelo o a lo largo de bellos arcos, compiten en belleza y aroma. Es un jardín realmente encantado, que se extiende a lo largo de 3,5 hectáreas y que descubrirá como si estuviera en el País de las Maravillas.

A la vuelta de un arbusto, pequeñas esculturas de setas de madera. Entre las rosas, bancos de hierro forjado... Al descubrir las variedades antiguas y modernas que componen esta hermosa rosaleda, le aguardan numerosas sorpresas.

Uno a uno, descubrimos un invernadero, nos adentramos en un auténtico laberinto, cruzamos pequeños puentes sobre un arroyo y nos tumbamos en una tumbona a escuchar a las tórtolas. Cuando decimos que es un remanso de paz, lo decimos en serio.

Aquí, el tiempo pasa volando. Y cuando se encuentre, casi a regañadientes, al final de su viaje, ¡no se pierda el salón de té! ¿Qué mejor manera de terminar esta encantadora escapada que con un delicioso helado de rosas? Una buena manera de terminar su visita con una nota gourmet.